
El que haya vivido en Lima se ha topado de todas maneras, múltiples veces, con un disforzado o una disforzada, o ha adoptado personalmente alguna actitud disforzada en algun momento de la vida. Esto ocurre con mayor intensidad y frecuencia en la adolescencia, y se va desvaneciendo poco a poco. Ojo, se va desvaneciendo pero NO desaparece. La cantidad de disfuerzos que afloran en la gente es directamente proporcional a la cantidad de gente que compone un grupo determinado, y se alimenta de factores como estar alegre por algún motivo, ser parte de un evento, haber consumido alcohol o simplemente haber salido de casa.
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A pesar de lo que se pueda entender, esto no necesariamente es algo negativo. Existe un momento y un lugar para cada disfuerzo, y como toda parte de la conducta humana, cuando ocurre en exceso es intolerable. Hay gente a la que simplemente no se le aguanta un disfuerzo, y hay gente disforzada por naturaleza que por algun motivo raro a pesar de ello cae bien.
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Para alguien como yo al que, por ponerlo de un modo, se le esta pasando la edad de los disfuerzos, es incómodo ver alguno en alguna reunion formal de oficina, una entrevista de trabajo, un velorio o cualquier ocasión que amerite algo de seriedad, sin embargo sucede. Lo malo del disfuerzo es que rara vez uno advierte que lo tiene, o lo hace cuando ya es demasiado tarde.
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En fin, solo queda ceder ante el disfuerzo cuando la ocasión sea espontánea y esperar que la autenticidad nos haga pasar un buen rato. La gran verdad es que a la gente que queremos le aguantamos cualquier disfuerzo.