El fin de semana me quedé sorprendido con el despliegue de la boda de Juan Diego Florez. Evidentemente, el evento cobra especial importancia cuando está personificado por alguien como él. Tiene mucho de lo que la mayor parte de nosotros admiramos: es joven, triunfador, se hizo solo y posee una cualidad casi sobrehumana, que es su prodigiosa voz. La cereza que adorna este pastel es que Juan Diego sale a un medio muchisimo mas duro que el nuestro y la hace linda, hasta regresa comprometido con una austriaca.
Claro, esto no generaría el interés que genera si no tuviera por lo menos una fracción de eso que nos hace sentir identificados. Para empezar por lo mas genérico, Juan Diego es Peruano como otras 24 millones de personas, muchas de las cuales no se perdieron un minuto de la transmisión en vivo del citado evento.
Por qué una ceremonia que normalmente no trasciende nuestro círculo de familiares y amigos desata un interés tan intenso en tanta gente? Si lo trasladamos a otras latitudes, los matrimonios, rupturas, amoríos, vacaciones, nacimientos, cuchipandas y demas acontecimientos de la vida de las celebridades son seguidas de cerca por una horda de gente, adicta a tabloides y programas especializados de TV.
En el pasado las monarquías solían caracterizarse por encarnar en la familia real el ejemplo de la familia ideal: practicaban la religion oficial y organizaban sus acontecimientos con especial cuidado, ya que todo estaba diseñado para que cualquier ciudadano pudiera presenciar el modelo de la familia ideal. Algunas moribundas monarquías de hoy en día aún conservan esa dinámica, vemos ejemplos a diario en las familias reales española y británica.
Es probable que en realidades como la nuestra, en donde no existe una familia real a la cual ver como modelo, sea casi un fenomeno natural buscar modelos en figuras públicas. Si un presidente no reconoce a una hija, es 20 veces mas indignante que si tu vecino no lo hace, y cuando alguien como Juan Diego se casa, encima poniendo a disposicion de los medios cada detalle del evento, media población sentira una gran satisfacción de ser parte imaginaria de este final feliz.
Claro, esto no generaría el interés que genera si no tuviera por lo menos una fracción de eso que nos hace sentir identificados. Para empezar por lo mas genérico, Juan Diego es Peruano como otras 24 millones de personas, muchas de las cuales no se perdieron un minuto de la transmisión en vivo del citado evento.
Por qué una ceremonia que normalmente no trasciende nuestro círculo de familiares y amigos desata un interés tan intenso en tanta gente? Si lo trasladamos a otras latitudes, los matrimonios, rupturas, amoríos, vacaciones, nacimientos, cuchipandas y demas acontecimientos de la vida de las celebridades son seguidas de cerca por una horda de gente, adicta a tabloides y programas especializados de TV.
En el pasado las monarquías solían caracterizarse por encarnar en la familia real el ejemplo de la familia ideal: practicaban la religion oficial y organizaban sus acontecimientos con especial cuidado, ya que todo estaba diseñado para que cualquier ciudadano pudiera presenciar el modelo de la familia ideal. Algunas moribundas monarquías de hoy en día aún conservan esa dinámica, vemos ejemplos a diario en las familias reales española y británica.
Es probable que en realidades como la nuestra, en donde no existe una familia real a la cual ver como modelo, sea casi un fenomeno natural buscar modelos en figuras públicas. Si un presidente no reconoce a una hija, es 20 veces mas indignante que si tu vecino no lo hace, y cuando alguien como Juan Diego se casa, encima poniendo a disposicion de los medios cada detalle del evento, media población sentira una gran satisfacción de ser parte imaginaria de este final feliz.
No comments:
Post a Comment